1. Pasar del Dios omnipotente al Dios Padre misericordioso
Un
Dios que no fuera todopoderoso no sería Dios, pero un Dios que no fuera
misericordioso no sería el Dios Padre de N.S. Jesucristo. Nuestro Dios no es
como los dioses del OIimpo griego apáticos e indiferentes ante el sufrimiento
del pueblo; nuestro Dios es un Dios clemente y compasivo, lento a la ira, rico
en misericordia (Ex 34,6; Sal 86,15; Ef
2, 4…), al que se le conmueven las entrañas (Os
11,8).Ciertamente la tradición
litúrgica y teológica afirma que la omnipotencia de Dios se revela en la indulgencia, la
misericordia y el perdón ( Suma Teológica I q 25, a 3 ad 3; IIa. IIae q 30, a 4; domingo XVIII del
tiempo ordinario), pero como esto no se explicita, aparece una imagen deformada
de Dios. Habría que ir sustituyendo las oraciones al omnipotente y sempiterno
Dios por invocaciones al Dios misericordioso. El pueblo intuye algo de esto y
llama a Dios, “Diosito”
2. Pasar del Cristo juez terrible que condena al Cristo
rostro de la misericordia del Padre
La
pintura del Juicio final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina donde Cristo condena
al infierno a los réprobos, ante el rostro horrorizado de María que aparta su
mirada, es hoy insoportable tanto humana como teológicamente. Jesús es el
rostro de la misericordia del Padre, que ha venido no a condenar sino a salvar,
nadie queda excluido de su misericordia, ni Judas ni Pilato, como afirma
Francisco. Jesús come con pecadores, a él se le conmueven sus entrañas ante el
sufrimiento humano y en las parábolas de la misericordia nos revela a un Dios que
es Padre y Madre, al que- como al padre del hijo pródigo- lo que le duele no es
el haber sido ofendido por su hijo, sino la situación de miseria y degradación
en la que su hijo ha caído. Como dice Santo Tomás solo ofende a Dios aquello
que nos daña a nosotros (Contra gentes 122
a 2). El padre del hijo pródigo es muy diferente del hijo mayor que representa
a los fariseos. Jesús es el juez misericordioso y clemente, el juez bueno (Ambrosio)
que revela la bondad de Dios.
3. Pasar de la misericordia como un atributo divino a la
misericordia como esencia de Dios
A
lo largo de los siglos se ha desarrollado una idea de Dios un tanto filosófica,
abstracta y esencialista, un Dios santo, perfecto, infinito, eterno,
omnisciente, omnipotente, trascendente, justo, etc. Pero desde la revelación
bíblica hay que afirmar que la esencia de Dios es el amor (1 Jn 4,8.16), que este
es su principal atributo, un amor que volcado hacia nosotros se manifiesta como
misericordia: Dios es misericordia, como repite Francisco.
4. Pasar de la
justicia como opuesta a la misericordia a la misericordia como plenitud de la
justicia
En
consecuencia de lo anterior, si lo esencial de Dios es la misericordia, la
justicia se ha de entender desde su misericordia, no al revés o en contra. La
justicia de Dios salva, perdona, reincorpora, da vida. Esto se ha de entender
bien, la misericordia no es una “gracia barata”( Bonhoeffer): Dios se indigna
ante el pecado, condena el pecado, Jesús
muere para salvarnos, nos llama a la conversión y a abandonar el pecado, pero
quiere salvar al pecador, perdonarlo y así la justicia se abre a la misericordia, la
misericordia desborda la justicia. Nadie
te condena, yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más, le dice Jesús a
la mujer acusada por los fariseos de haber sido sorprendida en adulterio (Jn
8). Esta visión de la misericordia como plenitud de la justicia es fuente de la
esperanza cristiana, el futuro es un misterio, pero esperamos que todo acabará bien
(Juliana de Norwich).
5. Pasar de la pastoral
del miedo al anuncio de la misericordia
Durante
mucho tiempo se ha vivido la pastoral del miedo, centrada en el pecado (sobre
todo en el pecado sexual), en un Dios que siempre nos está vigilando con su ojo
de policía y detective, vengativo y castigador con la amenaza del infierno. No hay
que centrarse en una pastoral moralista sino del anuncio de Jesús y de la
alegría del evangelio, una pastoral que nos llama a vivir el amor y la
misericordia fraterna.
6. Pasar del tribunal de la penitencia como tormento y
tortura al sacramento de la misericordia de Dios
Para
muchos el sacramento de la confesión o
penitencia se ha convertido en un tormento: miedo al interrogatorio, vergüenza,
etc. en lugar de ser una experiencia de
la misericordia incondicionada, gratuita e inmerecida de Dios, una misericordia
que sana, cura, reintegra y nos concede el Espíritu del perdón y de la paz de
Jesús resucitado.
7. Pasar de la Iglesia del anatema a la Iglesia sacramento
de la misericordia
El
sacramento del perdón como experiencia de la misericordia forma parte de la
Iglesia que es sacramento de la misericordia, que hace presente en el mundo la
misericordia de Dios que nos ha sido revelada en Jesús. No siempre esta ha sido
la imagen que ha prevalecido de la Iglesia, por esto Juan XXIII al comienzo del
Vaticano II dijo que la Iglesia prefería usar la misericordia a la severidad y
condena, Pablo VI escribe sobre la
importancia del diálogo en la Iglesia (Ecclesiam
suam), Juan Pablo II en su encíclica Dives
in misericordia resalta la importancia de la misericordia, Benedicto
XVI reafirma que Dios es
amor y Francisco proclama el Jubileo de la misericordia y hace de la
misericordia la viga maestra de su pontificado.
8. Pasar del fariseísmo de la observancia rígida de la ley y
el sacrificio al buen samaritano
En
el evangelio se afirma, frente a los fariseos, que la misericordia es mejor que
el sacrificio (Mt 9, 13; cf Os 6,6) y la parábola del buen samaritano muestra
la actitud auténticamente religiosa frente a Dios y al pobre. Hay que pasar de querer aplicar las leyes morales y
dogmáticas como rocas que se arrojan con
dureza sobre los que viven situaciones irregulares, a una pastoral del
acompañamiento, de la integración de la fragilidad, de la misericordia y de la compasión ante los fracasos, sin
condenar a nadie, como afirma Francisco en La
alegría del amor (cap 8).
9. Pasar de ser cumplidores de la ley a ser misericordiosos
como el Padre
Frente
al “ser perfectos como el Padre es perfecto”, de Mateo (Mt 5,48), Lucas habla
de ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Esto implica
tener entrañas de compasión ante todo dolor humano, acoger, incluir, reintegrar
a todos los marginados y excluidos, defender la vida en peligro. La
bienaventuranza de los misericordiosos implica las llamadas obras de
misericordia, sobre las que seremos juzgados en el último día: dar de comer al
hambriento, vestir al desnudo etc (Mt 25, 31-45). La opción por los pobres de
la Iglesia latinoamericana forma parte de esta actitud de misericordia.
10. Pasar de María Reina a María madre de misericordia
Con
frecuencia invocamos a María como Reina (Salve
Regina, Regina coeli…) lo cual, aunque
es correcto, puede equiparar a María a
los grandes de este mundo y ocultar su dimensión más profunda, es decir, el
haber sido objeto de la misericordia de Dios, una misericordia que se extiende
de generación en generación y que se manifiesta en derribar a los poderosos de
sus tronos y exaltar a los humildes, despedir a los ricos con las manos vacías
y colmar de bienes a los hambrientos como canta en el Magnificat. Por esto la tradición la llama Madre de misericordia y
pide que vuelva hacia nosotros sus ojos misericordiosos y ruegue por nosotros
pecadores. Pero hay que evitar que María
aparezca como la “buenita” frente a un Dios terrible y justiciero. Ella es
imagen, signo e icono de la misericordia del Padre, de la misericordia de Jesús
y de la Iglesia sacramento de misericordia. María recapitula los misterios de
la fe, recapitula nuestra fe en un Dios Padre de misericordia. Ella es el
rostro materno de la misericordia de Dios.
Tema para la CBR Cochabamba. 8 de mayo 2016 - Víctor Codina sj
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